Toledo es el escenario ideal
para el rodaje de películas. El séptimo
arte encuentra en esta ciudad la mejor referencia y espacio para ubicar sus
historias. Como cabía de esperar, por estas calles se han rodado centenares de
películas históricas y no menos han sido las de corte fantástico, gracias al
lado misterioso que siempre ha tenido la Ciudad Imperial. Sin embargo, a mi
juicio las mejores películas, las que mejor han retratado la sociedad toledana
son las películas realistas. Casi siempre muestran una ciudad de
características provincianas, una ciudad
conservadora que vive de un pasado lleno de esplendor. Hay dos películas que
merecen un comentario: “El buen amor” de Francisco Regueiro, rodada en 1963 y
“Te doy mis ojos” de Icíar Bollaín, que se estrenó en 2003.
El cine de Francisco Regueiro, y esta
película aún más, es un cine poco conocido para el gran público. En “El buen
amor” una pareja de novios universitarios de Madrid pasa un día en Toledo. Para
ellos este viaje es una aventura, porque han mentido a su familia que piensa
que están en la facultad. Es una pequeña burla de las normas, en una sociedad
opresora. Vienen a la ciudad como dos turistas en un plomizo día de diciembre.
El ritmo de la película, como la vida que se quiere reflejar, es pausado,
lento. Sin duda, aquí hay una aplicación de las técnicas neorrealistas
italianas y también hay un reflejo de la literatura realista, objetivista. Hay
que destacar la interpretación de un jovencísimo Simón Andreu.
La
excepcional “Te doy mis ojos”, toca también el mundo de la pareja, pero desde
la valentía de afrontar el tema de la violencia de género de una manera muy
profunda. Posiblemente, este film es la mejor radiografía de la vida de Toledo.
Aparece el Polígono como zona residencial, donde vive la familia protagonista,
y se muestra el Casco Histórico, como zona laboral, turística. En los
escenarios de la ciudad no se buscan tópicos o estampas. En el Puente de San
Martín, por ejemplo, hay una secuencia en la que el matrimonio parece
reconciliarse, pero están ajenos al marco bucólico de égloga de Garcilaso. Para
ellos, Toledo no es una ciudad bonita, única, es simplemente un espacio donde
vivir, mostrando así un claro desarraigo con su tradición e historia.
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