Los poemas de verano, al igual que las canciones de
verano, reflejan los sentimientos de una manera más cálida, con un sentido más
lúdico de la vida. Los poetas en ocasiones recuerdan los veranos de su infancia
para encontrar la inspiración y para expresar un estado de melancolía. El
verano es sin duda el territorio de la infancia, porque para los niños es un
inmenso tiempo de aprendizaje del mundo, siempre lleno de placeres, como
conocer el mar, las noches estrelladas y también el descubrimiento del amor. Lo
que para los adultos es un trámite vacacional, para los niños es un conjunto
infinito de sensaciones, que recordarán durante toda la vida.
Antonio Machado en su libro
“Soledades” recuerda unos veranos polvorientos y la maravilla de las puestas de
sol y los colores de la tarde. Rafael Alberti en “Marinero en tierra” refleja
la imagen de los niños que contemplan el trabajo de los pescadores. El mar es el símbolo del verano,
los juegos y los baños en la playa son los símbolos de la pintura de Sorolla.
También Manuel Vicent toma de su infancia las referencias para la novela
“Tranvía a la Malvarrosa”, que es el barrio de la playa de Valencia. En verano
los niños se alejan por unos meses de la disciplina de las aulas, por eso el
verano es sinónimo de ausencia de normas, de libertad. Es el eterno paraíso,
los días son inacabables y llenos de felicidad.
En cambio hay niños que en
verano están tristes y no sonríen. Ellos sufren en silencio problemas familiares
o conflictos políticos y militares. En algunos países es en verano cuando
precisamente dejan de ser niños y se les obliga a trabajar para complacer a los
turistas adinerados, incluso se les prostituye para salir de la miseria. Como
podemos ver, la infancia es muy distinta según el país donde se nazca, pero lo
que sí es cierto es que no hay diferencia en la ilusión de un niño cuando llega
el verano.
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