Hace unos días escuché
una tertulia radiofónica en la que los filósofos Javier Sádaba y el toledano José
Antonio Marina justificaban el valor y la utilidad de la filosofía. En otros
tiempos sería impensable que dos importantes intelectuales tuvieran que buscar argumentos
para hacer creíble lo que todos siempre hemos reconocido, es decir, la filosofía es el amor a la sabiduría. Sin
embargo, como consecuencia de la nueva ley educativa, las clases de filosofía
quedarán relegadas a una asignatura muy secundaria, con la apariencia de lo
insignificante. Tal vez, palabras como esencia e idea, sean reemplazadas por
otras con sonido más vibrante, como emprendedor, puesto que, de manera
desesperada, se exige que los nuevos alumnos sean emprendedores, como si no supiéramos
que para ser empresario, a veces basta con tener un capital y contratar
empleados con un bajo salario.
En 1991 el escritor
noruego Jostein Gaarder publicó “El mundo de Sofía”, una novela
didáctica sobre el aprendizaje de la filosofía.
Fue todo un éxito de
ventas, y sorprendió la conexión entre los adolescentes y esta asignatura,
porque la filosofía nace de la curiosidad de un niño, de un joven por
preguntarse el origen de las cosas, sus causas, porque ellos no creen en la
imposición ni en la certeza de los dogmas. Podemos entender que la finalidad de
la filosofía es formar personas críticas, con la capacidad de dar argumentos,
de buscar consenso por medio del diálogo. Pero estas pretensiones chocan con
una sociedad como la nuestra, donde hay un miedo terrible al espíritu de
asamblea.
También sigue
existiendo esa segregación irreconciliable entre las letras y las ciencias, sin
tener en cuenta que grandes personajes de nuestro tiempo como Bertrand Russel
era filósofo y matemático con la misma genialidad. Y en nuestro país, Gregorio
Marañón fue un médico y ensayista, Juan Benet ingeniero y escritor. Por último,
llego a la conclusión del poco interés por la filosofía y de la cultura en
general, mientras termino este artículo y en la emisora pública RNE trastocan
la emisión del programa cultural “La estación azul” para retransmitir un
partido de fútbol intrascendente, pero de “interés nacional” como decía un
político.
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