Están en todas las partes y siempre
son los mismos. En los medios de comunicación de masas, como la televisión y la
radio, aparecen los tertulianos, que son aquellas personas que hacen del noble
arte de la conversación su forma de vida. Los coloquios y los debates son sus
actividades laborales, por lo tanto, son expertos en la oralidad, en utilizar el
lenguaje en su forma más directa y espontánea, pero también asumen las
consecuencias de no pensar con tiempo un argumento o no analizar una
información.
Lo cierto es que son líderes en
crear opinión, y la puesta en escena de esas confrontaciones son todo un
espectáculo.
Sin embargo, si miramos hacia el
pasado, hacia los años de la transición política desde el franquismo a la
democracia, había un programa que fue un aprendizaje para muchos españoles de lo
que era el consenso, la moderación y sobre todo el diálogo.
Aquel espacio televisivo era La Clave,
presentado y moderado por José Luis Balbín. Se hablaba con respeto sobre temas como
el aborto, la pena de muerte o el Opus Dei. La charla era natural, sin los
recursos histriónicos a los que nos acostumbran los tertulianos actuales.
¿Qué queda de programas como la
Clave en la televisión actual? Pues prácticamente nada, porque el medio
televisivo ahora, por su propia naturaleza ideológica, comercial, se ha
encargado de que los periodistas, analistas políticos sean seres que vociferan
sin escuchar a los compañeros, mientras los índices de audiencia suben, cuando aparecen
las evidencias de un insulto o una falacia. Otro dato curioso, a diferencia de
lo que ocurría años atrás, es que el contertulio que se muestra más
progresista, aparece acorralado, y casi cohibido entre aquellos que muestran en
ocasiones el conservadurismo más rancio
y trasnochado.
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