Una de las evidencias
de que no van bien las cosas por España no son solo las cifras de desempleo,
altísimas como los niveles de colesterol y triglicéridos en un análisis médico.
La prueba la encontramos cuando viajamos por las carreteras del país y vemos
que las gasolineras han cerrado, han sucumbido, se han hundido sin una
posibilidad de reparación, mostrando instalaciones desvencijadas y surtidores
llenos de la porquería que produce el abandono. En algunas ocasiones, el
viajero como sacado de una road movie americana se ha encontrado con el pavor
de no poder repostar en más de sesenta kilómetros en toda la amplitud de la
llanura de la Mancha. Lo que antes era el motor económico de un pueblo, el
oasis que atraía cafeterías, restaurantes o servicio de lavado, ahora se ha
convertido en un esqueleto exánime.
Se da la
circunstancia de que en el comienzo de la noche hay gasolineras de centros
comerciales, que tienen filas interminables de vehículos esperando la ansiada
oferta, la preciada rebaja en el precio de combustible, mientras que en las
autovías y carreteras convencionales no hay una sola estación de servicio abierta
en horario nocturno. Hace años la circulación de coches y camiones era tan
intensa que hasta en las horas más intempestivas era necesario un servicio tan
fundamental, como podría ser una farmacia de guardia, pero la economía está
parada y los negocios se resienten con la brutalidad más indescriptible. La
única utilidad para alguna de estas gasolineras ha sido el rodaje de películas,
cuyo guion bien podría parecerse a "Pedro Páramo" de Juan Rulfo.
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