domingo, 23 de noviembre de 2014

LA ÚLTIMA TUMBA,de ALEXIS RAVELO

Cada vez me irritan más las personas que reconocen que no les gusta leer y lo atribuyen al hecho de que la lectura es un ejercicio aburrido, plomizo, considerando que  toda aquella aversión nació a causa de  las lecturas obligatorias de obras como La Celestina o  la poesía de Góngora, durante su etapa escolar.  Como siempre ocurre, nunca se premia la ingente labor que hacen los profesores en  los colegios e institutos, en cambio se admiran las frivolidades, disfrazadas de vulgaridad,  de aquellos personajes famosos que nos rodean por todos los ámbitos de la comunicación.   Por eso, me gusta recomendar novelas que hacen de la intriga y del suspense sus señas de identidad.  A veces, cuando una obra literaria me encanta, siempre pienso en aquellos a los que no les gusta leer, y cuando disfruto con el ejercicio literario, deseo compartir con todos esa satisfacción.
La novela “La última tumba” del escritor canario Alexis Ravelo ganó la  edición  XVII  del Premio Novela Negra Ciudad de Getafe. Para mí,  se trata de una historia que mezcla los géneros de novela negra, novela picaresca y cuadro de costumbres.  El protagonista Adrián, libre después de veinte años de condena,  es el narrador protagonista de esta bien trazada obra literaria, porque  desde su salida de la cárcel el lector tiene muy claro que  ante una aparente reinserción subyace un obsesivo deseo de venganza.
Es una novela negra, porque tiene todos los elementos propios de novela policiaca, entre ellos la violencia, la investigación en  torno a un crimen ocurrido en los años ochenta. De lo novela picaresca, además de la condición de relato autobiográfico, aparece la marginalidad, el retrato de las más bajas pasiones, mezcladas con un total crudeza. Por último, es un cuadro de costumbres, porque el escenario es la idílica isla de Gran Canaria, mostrando  parajes tan distintos como la Playa de Maspalomas  y las barriadas más marginales de la populosa ciudad de Las Palmas.


LAS GASOLINERAS


Una de las evidencias de que no van bien las cosas por España no son solo las cifras de desempleo, altísimas como los niveles de colesterol y triglicéridos en un análisis médico. La prueba la encontramos cuando viajamos por las carreteras del país y vemos que las gasolineras han cerrado, han sucumbido, se han hundido sin una posibilidad de reparación, mostrando instalaciones desvencijadas y surtidores llenos de la porquería que produce el abandono. En algunas ocasiones, el viajero como sacado de una road movie americana se ha encontrado con el pavor de no poder repostar en más de sesenta kilómetros en toda la amplitud de la llanura de la Mancha. Lo que antes era el motor económico de un pueblo, el oasis que atraía cafeterías, restaurantes o servicio de lavado, ahora se ha convertido en un esqueleto exánime.

Se da la circunstancia de que en el comienzo de la noche hay gasolineras de centros comerciales, que tienen filas interminables de vehículos esperando la ansiada oferta, la preciada rebaja en el precio de combustible, mientras que en las autovías y carreteras convencionales no hay una sola estación de servicio abierta en horario nocturno. Hace años la circulación de coches y camiones era tan intensa que hasta en las horas más intempestivas era necesario un servicio tan fundamental, como podría ser una farmacia de guardia, pero la economía está parada y los negocios se resienten con la brutalidad más indescriptible. La única utilidad para alguna de estas gasolineras ha sido el rodaje de películas, cuyo guion bien podría parecerse a "Pedro Páramo" de Juan Rulfo.