jueves, 29 de mayo de 2014

EL TEATRO Y EL FÚTBOL



Este sábado mientras millones de espectadores veían el fútbol por televisión, algunos miles de espectadores llenaban las salas de los teatros de España. No se trata de hacer una comparación odiosa entre los dos espectáculos, pero sí es consecuente dejar muy claro que el deporte nunca llegará a la categoría de cultura, si bien es cierto que es muy saludable para los que lo practican, pero no para los aficionados que sufren las asechanzas del juego, siempre con la pasividad del que contempla uno de los deportes más sobrevalorados de las últimas décadas. No nos engañemos, el fútbol, excepto para el futbolista no deja de ser un espectáculo aburrido, al que se le ha sabido inyectar la esencia de la emoción, identificar con un pueblo, una comunidad o una ideología; sin embargo no ofrece ni una sola idea, ni un aprendizaje, que no sea sumergirse por igual en la euforia o decepción, según el resultado final.

En la final de la Copa de Europa de Lisboa había espectadores inusuales, como nuestra reina Sofía, que contemplaba los vaivenes de la pelota, con la incredulidad de que todo aquello levantara tanta pasión. Seguramente que hubiera preferido estar en un teatro, viendo los gestos y diálogos de los actores, las escenas tramadas con inteligencia, o tal vez, hubiera preferido escuchar un gran concierto, como el réquiem de Verdi que presenció en la catedral toledana. Ciertamente el teatro y el fútbol son dos espectáculos, pero si el primero está lleno de valores, el segundo no es otra cosa que una distracción muy recomendable para perder el tiempo y evadirse por unos minutos de la realidad que nos rodea.

TERTULIANOS

Están en todas las partes y siempre son los mismos. En los medios de comunicación de masas, como la televisión y la radio, aparecen los tertulianos, que son aquellas personas que hacen del noble arte de la conversación su forma de vida. Los coloquios y los debates son sus actividades laborales, por lo tanto, son expertos en la oralidad, en utilizar el lenguaje en su forma más directa y espontánea, pero también asumen las consecuencias de no pensar con tiempo un argumento o no analizar una información.
Lo cierto es que son líderes en crear opinión, y la puesta en escena de esas confrontaciones son todo un espectáculo.
Sin embargo, si miramos hacia el pasado, hacia los años de la transición política desde el franquismo a la democracia, había un programa que fue un aprendizaje para muchos españoles de lo que era el consenso, la moderación y sobre todo el diálogo.
Aquel espacio televisivo era La Clave, presentado y moderado por José Luis Balbín. Se hablaba con respeto sobre temas como el aborto, la pena de muerte o el Opus Dei. La charla era natural, sin los recursos histriónicos a los que nos acostumbran los tertulianos actuales.

¿Qué queda de programas como la Clave en la televisión actual? Pues prácticamente nada, porque el medio televisivo ahora, por su propia naturaleza ideológica, comercial, se ha encargado de que los periodistas, analistas políticos sean seres que vociferan sin escuchar a los compañeros, mientras los índices de audiencia suben, cuando aparecen las evidencias de un insulto o una falacia. Otro dato curioso, a diferencia de lo que ocurría años atrás, es que el contertulio que se muestra más progresista, aparece acorralado, y casi cohibido entre aquellos que muestran en ocasiones el  conservadurismo más rancio y trasnochado.