Estas
semanas hemos contemplado la disputa de tres ciudades por ser sedes olímpicas, las
tres son ciudades distintas, que representan países de culturas diferentes,
enclavadas en entornos estratégicos, cada una con su historia y tradición,
pobladas por millones de personas. En esa competición ha ganado claramente
Tokio, como la candidata perfecta para organizar un evento que trasciende lo
deportivo para convertirse en el principal punto de referencia mundial durante
una serie de años. Mientras tanto Madrid ha sido suspendida una vez más después
de tres intentos en los que fue vencida por Londres y Río de Janeiro.
A
veces perdura esa idea de que Madrid, con ser una gran urbe, la capital de
España, es un “poblachón manchego”, como decían los clásicos. Está claro que
pocas ciudades hay en el mundo con la vida cultural de Madrid, sus museos, la
gran variedad teatral.
En
definitiva, el vigor de su gente es la mejor carta de presentación, sin embargo
la clase política española nunca está al nivel de sus ciudadanos. Lo que dieron
a entender a toda la comunidad olímpica, siempre con el espíritu ramplón que
caracteriza las políticas neoliberales, era que necesitan el dinero de la
candidatura para poder solucionar todo el desaguisado y para seguir con la
misma especulación que ha provocado la crisis en la que se encuentra el país.
Por
otra parte, hay que reconocer que lo que define a las ciudades rivales de
Madrid por la carrera olímpica es la grandeza, con todo el significado de la
palabra. Todos nos hemos imaginado ese Estambul en el que vive Desideria, la
protagonista de “La pasión turca”, la excelente novela de Antonio Gala sobre el
mundo de las pasiones en una ciudad tan exótica y maravillosa. Y más sobrecogedoras
aún son las imágenes de un
Tokio
futurista en la película “Babel” que en 2006 estrenó Alejandro González Iñárritu.